La casa es la mejor “vacuna”. Pero, la violencia familiar, el estrés, y la “esclavitud” a la tecnología son otras “epidemias”.
Redacción (Gaudium Press) Mientras nos prevenimos de esta
silenciosa, penetrante y nefasta pandemia, corremos el riesgo – estando en casa
por la cuarentena – de caer en otras “epidemias”.
Este encierro, que nos restringe el movimiento, ha surgido como cuidado
indispensable ante el coronavirus. Si fuera un mosquito, el que trasmite el
coronavirus, otra sería la situación. En este caso, el “mosquito” podemos ser
nosotros mismos, los humanos, conviviendo, compartiendo, llevándolo en nuestros
cuerpos y contagiando; o dejando el virus en alguna superficie u objeto, dando
lugar a que se multiplique. Motivo que dio lugar a que fueran alterados
nuestros ritmos de vida.
Aparecen otros
efectos de la epidemia
Dentro de esta contingencia – de futuro imprevisible -, van apareciendo
otros efectos, no concretamente del propio virus, sino de la situación a que
nos llevó el Covid-19: la cuarentena. Nuestros hábitos, afectos mutuos,
entretenimientos, forma de trabajar, de estudiar o de movernos, mismo nuestros
momentos de quietud, están siendo convulsionados. Una nueva forma de coexistir
estamos experimentando.
Algunos dicen, y con razón, que esta enfermedad, y las muertes que está
provocando, golpearon a nuestra especie humana. Hemos perdido nuestra
privacidad, con una repercusión psicológica innegable. Por más que amemos a
nuestra familia, estar y vernos las 24 horas del día… desgasta. Se necesitan
momentos de intimidad, de estar con nosotros mismos. No es normal estar el cien
por ciento del día juntos. Entramos a una situación diferente.
La casa es la mejor “vacuna”, hasta ahora, pero la nueva rutina, resulta
fastidiosa. No dejan de surgir conflictos, especialmente en lugares más
reducidos, con sus repercusiones en el ámbito emocional. El miedo del contagio,
el distanciamiento de los vínculos humanos en general, la carencia de elementos
básicos y no tan básicos, la posible crisis económica que se podrá sufrir; todo
a consecuencia del estado de aislamiento impuesto o recomendado por las
autoridades sanitarias, pueden llevar a la tristeza y a irritabilidades.
En mudanza tan radical se exigirá: paciencia, tolerancia, respetar el
espacio de los otros, ser colaborador en las tareas domésticas nuevas que
aparezcan. Mismo así, al estar confinados, se presentarán otras “epidemias”:
violencia intrafamiliar, estrés, aburrimiento, adicción digital; para nombrar
las más destacadas de las que podremos “contaminarnos”.
Aumento en la violencia
intrafamiliar
Uno de los factores que el encierro más puede producir – en familias con
dificultad – es la violencia intrafamiliar, que se volverá más grave. Al estar
más tiempo juntos, con impedimento de solicitar ayuda, las víctimas no podrán
huir de esas peligrosas circunstancias. Arrinconadas en poco espacio, el
maltrato psicológico, cuando no físico, aumenta. Es una triste realidad. Las
denuncias por violencia doméstica, o “terrorismo íntimo” como la califican los
expertos, han crecido, en casi todos los países.
Puede ocurrir que el aislamiento lleve al trastorno del estrés. No
sabemos cuándo acabarán en el mundo las cuarentenas, que se van haciendo más
estrictas, por la simple razón que su violación va acrecentándose. Dicen
especialistas que, ya con más de 10 días, se puede producir un estrés
postraumático.
Colapsó la forma de vivir que llevábamos. ¡Si hasta pareciera que todos
los días son iguales! Ya no diferenciamos martes de viernes o domingo. Todo es
más o menos igual. Salir o volver a casa ya no existe. Como que, dejamos de ser
libres.
Un sentimiento de ansiedad, abandono, miedo de no conseguir para sí y su
familia lo que necesita, engendra un nerviosismo que puede llevar a la
tentación de violar los límites de la ley. El tiempo parece que no pasa.
Aumentan la inquietud y los conflictos. Es como estar en una jaula, por más que
sea nuestra casa, grande o pequeña; la persona se agobia.
Mantener hábitos
Es preciso, antes que nada, mantener los hábitos más parecidos a los que
habitualmente llevábamos. Y tener estímulos constantes para matar el tiempo:
horarios, orden, ocuparse, comidas en conjunto. Principalmente no pueden faltar
momentos de elevar nuestras mentes a Dios, como bien nos enseña San Pablo,
“pensar en las cosas de arriba y no en las de la tierra” (Col, 3, 1-2).
Oración, rezo del santo Rosario, ver la Misa que se transmita “on line”,
lectura espiritual, reflexionar. Si no damos espacio a esto, pues, seremos
atropellados por las circunstancias citadas arriba.
Ya vivíamos “sumergidos” en lo digital. Entrando el aburrimiento en
escena, nos puede llevar a un falso escape para enfrentarlo; en vez de
aprovecharlo, para ser más creativos y productivos. El tener – algunos – el
trabajo en casa, el que las tareas escolares se hagan en línea, aumentó de
inmediato el tiempo diario frente a la pantalla. Si a esto le sumamos el
espacio dedicado a comunicaciones más extensas con familiares y amigos, de
llenar el tiempo con películas, los videojuegos y su casi adicción, podríamos
decir que el aumento de estar ante las pantallas es más del 100 %.
Cuidado con la
esclavización a la tecnología
Corremos el riesgo de caer en otra “epidemia”. En vez de aprovechar esa
soledad, que nos puede llevar al pensamiento, quedamos “esclavizados” por la
tecnología, caminamos a una enajenación ante ella.
Nadie niega las enormes ventajas que nos da para
sobrellevar la cuarentena. Ahora, si nos pegamos a las pantallas…, podemos, en
este período, pasar de usuarios normales a ser dominados por ella,
transformándonos en adictos. Pasar del uso equilibrado, al abuso. Ante la nueva
situación, se hace indispensable evitar caer en un ambiente “virtual” y que
desaparezca la convivencia “real” familiar. Estas reflexiones no sugieren que la
cuarentena no deba cumplirse, pues sería permitir que la enfermedad se
propague. Se trata de estar vigilantes antes los efectos psicológicos que
surgirán, si ya no surgieron, dentro de este confinamiento en que nos
encontramos. Que la Virgen Santísima nos proteja y que el Sagrado Corazón de
Jesús detenga, la penetración de este mortal virus.
*Pertenece a los Heraldos del Evangelio