El Mensaje de Fátima es un
verdadero divisor de aguas para las mentalidades contemporáneas. Invita a toda
la Iglesia, y al mundo, a un serio examen de conciencia.
Una tranquila y luminosa mañana de domingo, el 13 de mayo
de 1917, fue el momento elegido por Dios, para transmitir al mundo, por medio
de la Santísima Virgen María, a tres humildes pastorcitos, un mensaje de gran
trascendencia que “sigue resonando con toda su fuerza profética”, en el decir
de San Juan Pablo II, invitando a la oración, a la conversión y “reparación de
sus propios pecados y los de todo el mundo” (12-5-1997).
Los tres niños, Lucía de 10 años, y sus primos Francisco
y Jacinta de 9 y 7 respectivamente, pastoreaban un pequeño rebaño de ovejas en
un lugarejo llamado Cova da Iria, en Fátima, Portugal. El mundo asistía en esos
momentos a la Primera Guerra Mundial que involucraba a numerosas naciones pero,
en este alejado lugar de tan graves acontecimientos, los pastorcitos vivían su
vida rutinaria.
De pronto, sobre una encina, se les aparece la Madre de
Dios: “era una señora toda vestida de blanco, más brillante que el sol”, en
palabras de Lucía. Su semblante, agregaba, era de una belleza indescriptible,
no era ni triste ni alegre, sino serio, tal vez con un aire de suave censura:
“Vengo a pediros que volváis aquí durante seis meses seguidos, los días 13, a
la misma hora”. Después les dijo: “rezad el rosario todos los días, para
alcanzar la paz en el mundo y el fin de la guerra”.
En julio, la tercera aparición, les dice: “La guerra va a
terminar. Pero, si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI
comenzará otra peor. Cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida,
sabed que es la gran señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus
crímenes, por medio de la guerra, del hambre y de persecuciones a la Iglesia y
al Santo Padre”. La impiedad avanzaba dominando la tierra, en 1939 comenzaba la
Segunda Guerra Mundial.
En el año 2000, Juan Pablo II ordenó dar a conocer la
parte de esta aparición llamada “el tercer secreto”. Era la “visión” de un
“ángel con una espada de fuego en la mano izquierda… señalando la tierra con la
mano derecha”, diciendo con fuerte voz: “¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”
No cabría en un solo artículo el desarrollo completo de
las apariciones, pero sí queremos resaltar aspectos que muestran su
autenticidad como: la afluencia de gran número de espectadores en el momento de
las apariciones, cerciorándose de que los niños no mentían; el prodigio de las
transformaciones cromáticas y de los movimientos del sol; el fin de la Primera
Guerra profetizado: “la guerra va a terminar”; la luz extraordinaria que
iluminó los cielos de Europa antes de la segunda conflagración mundial
observada en varios países: “cuando veáis una noche iluminada por una luz desconocida
sabed que es la señal que Dios os da de que va a castigar al mundo por sus crímenes”.
Fueron así desarrollándose las apariciones hasta el 13 de octubre cuando ocurriera el prodigio - asistido por más de 70 mil personas - del sol aproximarse vertiginosamente hacia ellos y de a poco retirarse. “En octubre haré un milagro para que todos crean”, les afirmó la Virgen el mes anterior. Todos estupefactos se miraban; era el milagro pedido por los niños para confirmar las revelaciones. Al unísono gritaba la multitud: “¡El milagro, los niños tenían razón!”. Fue el llamado: “milagro del sol”.
El Mensaje invita – en el decir del obispo de
Leiría-Fátima don Antonio Marto – “a toda la Iglesia y al mundo a un serio examen
de consciencia”, señalando que “después de las Escrituras, es la denuncia más
fuerte e impresionante del pecado del mundo” (5-2-2016).
Lucía, Francisco y Jacinta, los videntes de Fátima. |
Hablando a los pequeños pastores
Nuestra Señora quiso hablar al mundo entero exhortando a los hombres a la
oración, a la penitencia y a la enmienda de vida; en vista de la situación
religiosa en que se encontraba el mundo en la época de las apariciones. Estamos celebrando en estos días, el 105° aniversario del magno acontecimiento. Fátima acaba siendo un
verdadero divisor de almas en los días de hoy.
Sobresalen cada vez más dos familias de almas: una que
comprende la crisis moral que asola el mundo
contemporáneo; otra que considera que los problemas del mundo
contemporáneo tienen poca o ninguna relación con la inmoralidad y la impiedad.
Perplejo queda uno considerando que, en su primera
aparición, la Virgen Santísima solicitaba a los pastorcitos “reparación por los
pecados con que Él (Nuestro Señor) es ofendido”, es decir que los pecados del
mundo habían llegado a un tal grado - ¡en 1917! - que clamaban al Cielo. Y, por
otro lado, ver la desintegración moral creciendo hasta nuestros días, ante lo
que reclamaba San Juan Pablo II un 8 de mayo de 1996: “Los hombres se olvidaron
de Dios y de sus Mandamientos, viviendo como si Él no existiera”, hay una
“apostasía silenciosa” que no nos puede dejar indiferentes.
¿Qué debemos hacer? Enfervorizarnos en la devoción al
Inmaculado Corazón, en la oración y en la penitencia. Rezar el santo rosario.
Pedir, llenos de esperanza, que se apresure el triunfo prometido en su tercera
aparición: “por fin, Mi Inmaculado Corazón Triunfará”.
Fuente: Heraldos del Evangelio - Uruguay
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