La Iglesia fue dejada por Nuestro Señor Jesucristo para guiar a los hombres, para legislar moralmente sobre ellos, para orientarlos y asistirlos. No es asunto de la Iglesia adaptarse para agradar o satisfacer los deseos del hombre.
En la década de 1960, varios movimientos revolucionaron el mundo, incluidos los que pretendían liberar a la mujer, la revolución sexual, la permisividad, el aborto y la difusión de la píldora anticonceptiva. Como la Iglesia, por su carácter de conservación de la moral, tiene un peso considerable frente a los procesos revolucionarios, no tardaron en surgir críticas y cierto hostigamiento y presión para la aprobación de métodos anticonceptivos artificiales por parte de la Santa Sede.
El 25 de julio de 1968, el Papa
San Pablo VI publicó la encíclica Humanae
vitae, que regulaba la posición de la Iglesia al respecto. Muy sabiamente,
el Santo Padre hizo una cuidadosa introducción al documento, haciendo todas las
consideraciones posibles sobre cuestiones relacionadas con la procreación, las
dificultades que afrontan las parejas, muchas de las cuales no pueden tener
descendencia numerosa, y ejemplificó magistralmente sobre el papel de la
Iglesia como guardiana y difusora de la voluntad de Dios. El sumo pontífice
explicó que, si bien hay una comprensión de todas las dificultades materiales y
morales que enfrentan las familias, la voluntad soberana de Dios es
innegociable, dejando en claro la inadmisibilidad moral de la contracepción
artificial.
No hace falta esforzarse mucho
para concluir que, en la efervescencia de los cambios – que culminarían en el
mundo de la permisividad, en el que vivimos hoy –, el Pontífice enfrentó muchas
críticas y oposiciones, veladas en unos casos, declaradas en otros, pero fue
firme en su postura, cerrando el asunto con una encíclica muy rica y amplia,
mostrando la preocupación y el cuidado de la Iglesia por el ser humano en todas
las instancias de su vida.
La Iglesia no declara lícito lo que no lo es
Previendo los ataques que
sufriría, tanto del entorno como del seno mismo de la Iglesia, San Pablo VI se
expresó así: “Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente
aceptadas por todos: son demasiadas las voces —ampliadas por los modernos
medios de propaganda— que están en contraste con la Iglesia. A decir verdad,
ésta no se maravilla de ser, a semejanza de su divino Fundador, ‘signo de
contradicción’, pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la
ley moral, natural y evangélica. La Iglesia no ha sido la autora de éstas, ni
puede por tanto ser su árbitro, sino solamente su depositaria e intérprete, sin
poder jamás declarar lícito lo que no lo es por su íntima e inmutable oposición
al verdadero bien del hombre”. “La Iglesia, efectivamente, no puede tener otra
actitud para con los hombres que la del Redentor: conoce su debilidad, tiene
compasión de las muchedumbres, acoge a los pecadores, pero no puede renunciar a
enseñar la ley que en realidad es la propia de una vida humana llevada a su verdad
originaria y conducida por el Espíritu de Dios”.
Justificando la posición adoptada
por el magisterio de la Iglesia sobre un tema de tanta importancia, el Papa
demostró que se fundaba en el vínculo inseparable que Dios quiso, y que el
hombre no puede alterar por su propia iniciativa, entre los dos significados
del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador. Con
mucha reflexión, Pablo VI afirmó que “El matrimonio no es, por tanto, efecto de
la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es
una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de
amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva
de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo
perfeccionamiento personal, para colaborar con Dios en la generación y en la
educación de nuevas vidas”.
Con mucha claridad, el Pontífice
declaró que “el matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia
naturaleza a la procreación y educación de la prole” y que, “los hijos son, sin
duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de
los propios padres”. Y por tanto, “en la misión de transmitir la vida, los
esposos no quedan, por tanto, libres para proceder arbitrariamente, como si
ellos pudiesen determinar de manera completamente autónoma los caminos lícitos
a seguir, sino que deben conformar su conducta a la intención creadora de Dios,
manifestada en la misma naturaleza del matrimonio y de sus actos y constantemente
enseñada por la Iglesia”.
De la esfera al poliedro: un cambio radical
Han pasado más de 50 años y ahora
está la Pontificia Academia para la Vida, instituto creado por San Juan Pablo
II en 1994 para estudiar y orientar sobre los principales problemas de la
biomedicina, relacionados con la promoción y defensa de la vida, que parece un
cambio de paradigma en la teología moral que incluye abandonar la doctrina
establecida sobre anticoncepción, eutanasia y formas artificiales de
concepción.
Según noticias publicadas por la
prensa italiana, los partidarios de este cambio alientan al Papa Francisco a
publicar una encíclica que establezca esta ruptura radical con el consenso del
magisterio eclesiástico sobre este delicado tema, incluso arriesgando un nombre
para la supuesta (y deseada por ellos) encíclica: Gaudium vitae (Alegría de vivir).
La citada Academia acaba de
publicar el libro “Ética teológica de la vida: Escritura, tradición y desafíos
prácticos” (en traducción libre), que resume los temas presentados y discutidos
en el seminario teológico realizado en 2021.
En la introducción del libro, el
arzobispo Vincenzo Paglia, designado por el Papa Francisco y al frente de la
Academia desde 2016, afirma que “el texto realiza un cambio radical, pasando,
por así decirlo, de la esfera al poliedro, presentando una exposición
fundamental de la visión cristiana de la vida, ilustrada en sus aspectos
existenciales más relevantes para el carácter dramático de la condición humana
y abordada desde la perspectiva de una antropología adecuada a la mediación
cultural de la fe en el mundo de hoy”. El arzobispo Paglia justifica que “parte
de este cambio con respecto a los enfoques anteriores de la teología moral está
vinculado al criterio rector del ‘diálogo amplio’, que incorpora no solo
diferentes posiciones teológicas, sino también las de no católicos y no
creyentes”.
Como el documento acaba de salir
a la luz, aún no he tenido la oportunidad de leerlo para hacer una justa
valoración de lo que contienen sus 528 páginas, sin embargo, una pequeña frase,
pronunciada por Nuestro Señor Jesucristo, me basta para refutar el ignorado y
controvertido contenido: “Pero sea vuestra palabra: sí, sí; no no; porque
cualquier cosa más que esto es del maligno.” (Mt, 5, 37)
¿Debe adaptarse la Iglesia?
El relator del libro, el P. Carol
Casalone, también miembro de la Pontificia Academia de la Vida, hizo la
siguiente declaración en una entrevista sobre el libro: “Como teólogos morales,
debemos preguntarnos por qué estas preguntas conturbadas siguen siendo motivo
de inquietud e incluso desolación entre los creyentes. Nos dimos cuenta de que
para llegar a una mejor comprensión de estos temas teníamos que abrir un
diálogo; y en este enfoque dialógico debemos tener en cuenta lo que el pueblo
de Dios entiende y siente sobre ellas”. Razonamiento justificado por el hecho
de que muchas parejas católicas desobedecen las enseñanzas de la Iglesia,
utilizando métodos anticonceptivos rechazados por ella. Entonces, si los fieles
desobedecen, ¿debería la Iglesia cambiar sus enseñanzas para adaptarse a su
desobediencia?
A ver, hay gente a la que le
gusta robar – y no son pocos –, desde los chicos que roban celulares en los raids de las playas o haciéndose pasar
por repartidores de comida rápida, hasta los que roban la garrafa de gas de su
propia madre para cambiarla por drogas en la puntera, incluso quienes ocupan
puestos de mando y roban al pueblo, a las instituciones, a los gobiernos y
hasta a la Iglesia. Es cierto que, entre ellos, muchos creen en Dios, asisten a
los servicios, reciben los Sacramentos y participan en la vida activa de sus
comunidades. Pero son ladrones y el acto de robar está prohibido por las Leyes
de Dios (Séptimo Mandamiento). ¿Debemos entonces admitir que, para estar en
línea con estos “fieles” e incluso con “no católicos y no creyentes”, la
Iglesia debe comenzar a admitir algunas categorías de robo como aceptables y
que el Santo Padre escriba una encíclica sobre eso? Ahora bien, una pareja que
se cierra a la vida, mediante el uso de métodos artificiales, le está robando a
Dios el derecho de traer sus hijos al mundo, y se está robando a sí misma el
derecho –y el deber– de participar en la Creación, razón por la cual se
instituyó el matrimonio.
La Iglesia fue dejada por Nuestro
Señor Jesucristo para guiar a los hombres, para legislar moralmente sobre ellos,
para guiarlos y asistirlos. No es asunto de la Iglesia adaptarse para agradar o
satisfacer los deseos del hombre. El mundo cambia, pero la Palabra de Dios
permanece, por eso la Cátedra de Pedro, por más embates que haya sufrido,
permanece en pie hasta el día de hoy, y lo seguirá siendo hasta el fin de los
tiempos, porque es promesa de Jesús de que las puertas del infierno no
prevalecerán contra ella (cf. Mt 16,18). El infierno intentará entrar,
intentará imponerse, intentará modificar la doctrina milenaria que sustenta
este edificio espiritual, pero no lo logrará.
¿Escribirá el Papa una nueva encíclica?
Es inútil hacer conjeturas sobre
las decisiones del Papa Francisco. Admitir que aceptará lo sugerido y escribirá
una nueva encíclica, cambiando la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio,
la anticoncepción, la reproducción asistida y la eutanasia, por ahora, es sólo
especulación.
Si bien el arzobispo Paglia, que
es uno de los principales entusiastas del cambio de la Iglesia en el área de la
bioética, ha proclamado en sus declaraciones para la difusión del libro que el
Papa estuvo informado desde el principio sobre la iniciativa y la publicación
de las actas y que, “aparentemente alentó la discusión” y el teólogo Larry
Chapp argumente que el Papa parece “dispuesto favorablemente al tipo de
teología moral defendida en el documento de la Academia”, no podemos dejar de
considerar que los papas que sucedieron a San Pablo VI permanecieron de acuerdo
con él sobre la no utilización por parte de las parejas católicas de métodos
anticonceptivos artificiales, que el Catecismo de la Iglesia describe como
“intrínsecamente malos”.
Recordemos también las palabras
de la encíclica de San Pablo VI dirigida especialmente a los sacerdotes: “Sabed
también que es de suma importancia, para la paz de las conciencias y para la
unidad del pueblo cristiano, que, tanto en el campo de la moral y en el del
dogma, todos se adhieran al Magisterio de la Iglesia y hablen el mismo idioma.
Por eso, con toda el alma, os repetimos el llamamiento del gran Apóstol San
Pablo: ‘Os ruego, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos
digáis lo mismo y que no haya entre vosotros divisiones, sino que todos estéis
unidos, en un mismo espíritu y en una misma opinión’ ”.
Por Alfonso Pessoa
Fuente: Agencia Gaudium Press
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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Nota relacionada: Pontificia Academia para la Vida se divide en torno a libro prefaciado por Mons. Paglia
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