Estamos
juntos, pero solos. Cada uno, sumergido en su pantalla.
Hemos dejado de mirar a nuestros más cercanos. Vivimos horas y horas frente a las pantallas. La información digital, presente todos los días, las 24 horas, no admite descanso. Hay una presión psicológica para estar chequeando constantemente los mensajes, un miedo de estar incomunicado. Silenciosamente las redes se infiltran en nuestros cuerpos.
Hemos
dejado de estar juntos. Pasando más de cuatro horas diarias
interactuando en las redes, los momentos de diálogo, de relacionamiento, son
cada vez menores a lo largo del día.
Hemos
dejado de querernos bien. Encuestas han demostrado que las
notificaciones, fotos, vídeos y demás contenidos están empeorando la relación
de pareja. Juntos, celular en mano, pero… distanciados. Ni que hablar de la
relación con los hijos o entre hermanos.
Hemos
dejado de decir la verdad. “Todo el mundo miente”, dice el best
seller de un científico que trabajó en datos de Google. Relaciona internet y
los datos masivos. Afirma contundentemente que todos mienten, a todo tiempo, a
todos y hasta a uno mismo. Y lo vemos: en los perfiles, con noticias falsas,
reimprimen caras en otros cuerpos o le hacen decir cosas que nunca dijeron.
Hemos
perdido la capacidad de auxiliar a los otros. La Cruz Roja holandesa
lanzó singular campaña: “No filmes, ayuda”, ante la singular actitud de,
asistiendo a un accidente, en vez de usar el celular para pedir auxilio,
fotografían o filman, para ponerlo en las redes. Vemos insensibilidad e
irreflexión.
Hemos
dejado de escribir. Escribir a mano una carta, texto o breve
saludo, son un ayer. La respuesta o redacción inteligente de Google, sugiere
frases cortas, risueñas, con signos de exclamación, preestablecidos para
correos electrónicos, como si el aparatito adivine lo que voy a escribir. Fotos
y emoticones, van sustituyendo, automáticamente, cualquier escrita; un clic y
sale una cómoda y poco esforzada respuesta.
Hemos
dejado de expresar lo que pensamos. Con el vocabulario reducido a
meras interjecciones se ha empobrecido el lenguaje. Tiempos y modos verbales,
puntuaciones, comas y mayúsculas, ya no se utilizan cuando corresponde. Hay
incapacidad en describir situaciones por escrito. Reduciendo las palabras,
indispensables para construir un raciocinio, desaparece el lenguaje, se esfuma
el pensamiento.
Hemos
dejado de recogernos a dormir en paz. Los celulares son perjudiciales
para el sueño en muchos sentidos. Además de los efectos de la luz de las
pantallas, hay contenidos psicológicamente estimulantes para quedar despiertos.
Le llaman “vamping” (mensajes como vampiro): trasnochar conectado restando
horas de sueño y causando insomnio. Con celular cerca será tentado en el
descanso nocturno.
Hemos
dejado de rezar al levantarnos. A poco de abrir nuestros ojos
somos secuestrados a verificar las notificaciones acumuladas durante la noche.
El rezar, agradecer la vida, pedir protección del Cielo para el nuevo día…va
cayendo en el olvido.
Hemos
dejado de vivir el momento, detenernos ante el impacto de lo bello. El
asombro ante lo bello que podamos enfrentar queda truncado con la inmediata
captación de una foto. Antiguamente, maravillados frente a una catedral, bello
edificio u obra de arte, noche estrellada o impactante atardecer, quedábamos
quietos y pensativos.
Hemos
dejado el trato suave. Muchos autores de masacres actuaron
incentivados por la exposición a contenidos online violentos. Videojuegos,
entre ellos, son causantes de comportamientos agresivos en que se ve
involucrada la juventud.
Hemos
dejado de estar junto a nuestros niños pequeños. El
bebé no pide “chupete electrónico”, la comodidad es que se lo entrega para
calmarlo o entretenerlo quitándole la relación humana. Los psicólogos
desaconsejan exponer a los niños de menos de dos años a las pantallas. El
humano actúa por miradas y palabras, si no miramos a los niños, ni les
hablamos, ni los escuchamos, no los humanizamos.
Hemos
dejado en manos de la tecnología la pureza de nuestros niños.
Encuestas informan que más del 40% de los niños menores de 13 años utilizan
plataformas en las redes a pesar de las limitaciones de edad impuestas,
quedando frente a cosas inapropiadas. Quedan expuestos a publicidades
engañosas, violencia, pornografía y otros horrores que inundan las redes.
Hemos
dejado de compartir en las comidas de familia o amistades. Esos
momentos de convivio, afecto, civilidad, que nos diferencian de los animales
que comen desesperada y egoístamente. La mesa familiar, atropellada en tiempos
idos por el televisor, hoy lo es pantallas en mano. El abandono de la “mesa
familiar” es una pérdida del convivio social en su relación más cercana.
Hemos
dejado de alimentarnos ordenadamente. Ya no tenemos horarios, ni
lugar estable. Estancados frente a las pantallas, muchas veces acabamos
comiendo, desordenadamente, alimentos no recomendados.
Hemos
dejado de hacer ejercicios o deporte. Tiempos idos son los que un
niño escuchaba el grito de su madre para que vuelva a casa y deje de jugar en
la calle. Hoy, triste es, tienen que gritarle o forzarlo a salir al jardín o
parque, arrancándolo de la “hipnosis” de la pantalla que lo está reteniendo.
Hemos
dejado nuestras tareas, por estar horas en las redes o videojuegos. La
Organización Mundial de la Salud considera la adicción a los videojuegos como
un trastorno de salud mental. Problema cotidiano en miles de hogares, agravado
en adolescentes que le dedican gran cantidad de tiempo dejando de lado sus
responsabilidades, provocando un bajo rendimiento escolar.
Hemos
dejado de leer para ver películas. No es un fenómeno nuevo, pero
sí, se consolida un cambio en el hábito cultural: el “streaming” – los
contenidos en los medios electrónicos -, va quitando los momentos de lectura.
¿Será que las pantallas derrotarán a los libros?
Hemos
dejado de prestar atención hasta cuando caminamos en las calles. Cada
vez más especialistas, en seguridad vial y planificadores urbanos, están
pensando en la seguridad de los propios peatones como terceros. Choques con
postes, caídas, peleas con terceros, mal cruce de calles, consecuencias de ir
caminando como “zoombies”, cabeza baja sobre el celular.
Hemos
dejado de lado el aburrimiento y la frustración.
Aspecto bastante profundo y polémico. Muchos podrán no comprender, pero el
aburrimiento y la frustración son terreno fértil para que surja el pensamiento
creativo como elemento de construcción por excelencia.
Hemos
dejado el espejo por la pantalla. Las redes sociales se han
convertido en un oasis para los narcisistas, proyectan una imagen en la que se
muestran mejor, más bellos o cultos. Selfies para que los admiren. El “ego” en
el centro: al lado del carro, comiendo, paseando, un culto a su propia imagen.
Antes tenían el espejo, ahora tienen las redes.
¿Qué
deberíamos hacer ante tantos “hemos dejado”?: ¿dejar de usar redes
sociales? No se trata de eso. Saber usarlas con moderación y cuidado, so pena
de dejar lo “real” y ser consumidos por lo “virtual”. Con los niños y
adolescentes – sin dejar de considerar los beneficios de la tecnología -,
establecer momentos sin pantalla, pero ser modelos en cuanto a su uso. En
general, presentar rutinas agradables en al ambiente familiar que permitan
desconectarse, todos, de sus propias pantallas y vincularse mutuamente. Huir de
ese “estar juntos, pero solos”, cada uno sumergido en su pantalla, para: “Estar
juntos, mirarse y quererse bien”, como decía la virtuosa dama brasileña, Doña
Lucilia Corrêa de Oliveira.
Por el Padre Fernando Gioia, EP
Fuente: Gaudium Press
Se autoriza su publicación citando la fuente
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