Desde el segundo siglo, los cristianos habían iniciado la
práctica de rezar por los fallecidos.
Era muy común visitar las tumbas de los mártires y rezar por aquellos que los precedieron derramando su sangre en defensa de la Fe.
La Iglesia, ya en el siglo V, dedicaba un día del año a
rezar por todos los muertos para los cuales nadie rezaba y de los cuáles nadie
se acordaba.
Fue el Abad de Cluny, San Odilón, quién determinó hacia el
final del primer milenio, en el año 998 que, en todos los monasterios de su
Orden, en la fecha del 2 de noviembre, fuese realizada la evocación de todos
los fallecidos "desde el principio hasta el fin del mundo".
Por el siglo XI los Papas Silvestre II (1009), Juan XVII
(1009) y León IX (1015) recomiendan a toda la comunidad cristiana a dedicar un
día a los muertos.
En el siglo XIII ese día anual pasa a ser conmemorado el 2
de noviembre, porque el 1º de noviembre es la Fiesta de Todos los Santos.
La costumbre de conmemorar los fieles difuntos se generalizó
y fue oficializada por Roma en el siglo XIV.
En el siglo XV la Iglesia concedió a los frailes dominicos
de Valencia, en España, el privilegio de celebrar tres Misas en este día. Esta
práctica se difundió por los dominios de España y Portugal y también en
Polonia.
Más recientemente, todavía durante la I Guerra Mundial, el
Papa Benedicto XV, en el año 1915, generalizó ese privilegio para toda la
Iglesia.
Doctrina
Católica
La doctrina católica evoca algunos pasajes bíblicos para
fundamentar su posición: Tobías 12,12; Job 1,18-20; Mt 12,32 y II Macabeos
12,43-46, y se apoya en la tradición de una práctica piadosa ya dos veces milenaria.
(JSG)
Fuente: Gaudium Press
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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