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jueves, 3 de agosto de 2023

Catequesis sobre Melquisedec

 

¿Por qué razón se asocia el sacerdocio de Jesucristo al de Melquisedec? y ¿por qué la oblación de este último se compara al sacrificio eucarístico?

Lo que un niño no aprende en su catecismo de primera Comunión porque no compete, un adulto es motivado a indagar para fortalecer su fe y enriquecer su cultura religiosa. Así, un amigo levanta estas interesantes cuestiones: ¿Por qué razón se asocia el sacerdocio de Jesucristo al de Melquisedec? y ¿por qué la oblación de este último se compara al sacrificio eucarístico? Vamos a ello.

Leemos en el Martirologio Romano, el día 26 de agosto: “San Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo, que saludó y bendijo a Abrahán cuando volvía victorioso, ofreciendo al Señor un sacrificio santo, una hostia inmaculada. Como figura típica de Cristo, ha sido interpretado rey de la paz y de la justicia y sacerdote eterno, aun falto de genealogía”.

Se trata de uno de los personajes más misteriosos de la Biblia y su sacrificio es la primera figura de la Eucaristía que aparece en el Antiguo Testamento. Para situarlo en su contexto, veamos el trecho del Génesis donde es citado:

“Cuando Abrahán volvía de derrotar a Quedarlaomer y a los reyes aliados, salió a su encuentro el rey de Sodoma en el valle de Save, o sea ´el valle del Rey´. Entonces Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo: ´Bendito sea Abrahán por el Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te ha entregado tus enemigos´. Y Abrahán le dio el diezmo de todo…” (Gén 14, 17-20).

Ocurrió que cinco reyezuelos de los parajes de Canaán habían saqueado las ciudades de Sodoma y Gomorra llevándose como prisionero a Lot, sobrino de Abrahán. Un fugitivo le llevó la noticia, lo que transformó súbitamente al Patriarca en hombre de guerra que derrotó a esa coalición de reyes, les arrebató el botín y rescató a su pariente, Lot. Entre paréntesis, este es un aspecto poco considerado de nuestro padre en la fe que completa admirablemente su perfil: Abrahán fue un combatiente.

Pues bien, entre los que salen a felicitar al vencedor está Melquisedec, que lo bendice y le ofrece pan y vino. Después de este episodio nuestro personaje se esfuma de las páginas del Libro sagrado, para volver a figurar, después de una referencia en el Salmo 109, en la Carta de San Pablo a los hebreos.

En efecto, la exégesis cristiana referente a Melquisedec comienza en dicha Carta; es una explanación que toma varios versículos – a seguir citamos solo algunos – donde todo interesa; ningún interprete mejor que el Apóstol para develar el halo misterioso que envuelve esta figura.

“Este Melquisedec (…) Su nombre significa, en primer lugar, Rey de Justicia, y, después, Rey de Salén, es decir, Rey de Paz. Sin padre, sin madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente. Considerad cuán grande es este a quien el mismo patriarca Abrahán le dio el diezmo del botín. Pues a los hijos de Leví, que reciben el sacerdocio, la ley les manda cobrar un diezmo al pueblo, es decir, a sus hermanos, a pesar de que todos descienden de Abrahán. En cambio, Melquisedec, que no tenía ascendencia común con ellos, percibe el diezmo de Abrahán y bendice al titular de la promesa. Está fuera de discusión que el mayor bendice al menor (…).

“Si la perfección se alcanzara mediante el sacerdocio levítico — pues el pueblo había recibido una ley respecto al mismo –, ¿qué falta hacía que surgiese otro sacerdote en la línea de Melquisedec y no en la línea de Aarón? Cambiar el sacerdocio implica forzosamente cambiar la ley; y aquel de quien habla el texto pertenece a una tribu diferente, de la cual nadie ha oficiado en el altar.

Nuestro Señor procede de Judá, una tribu de la que nunca habló Moisés tratando del sacerdocio. Y esto resulta mucho más evidente si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha llegado a serlo en virtud de una legislación carnal, sino de una vida inmortal; pues está atestiguado: “Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec” (Heb 7, 1-17).

Los hebreos del tiempo de San Pablo tenían todas las premisas histórico-religiosas para comprender sus enseñanzas. Él les explica la supremacía del sacerdocio de Cristo sobre el de Aron, dado el valor sacrificial de su humillación y muerte redentora. Pero ¿por qué el sacerdocio de Cristo sería “según el rito de Melquisedec”? No precisamente por la ofrenda de pan y vino (de lo cual San Pablo hace caso omiso) sino por la eternidad del sacerdocio de Jesús del que Melquisedec era figura por carecer de genealogía. Otra cosa a ser señalada y que sorprende, es que Abrahán, con toda la trascendencia que tiene en la cosmovisión judeocristiana, se ponga en un rol inferior al de Melquisedec, entregándole el diezmo y recibiendo de él la bendición.

La ofrenda de Melquisedec fue incruenta, lo que la acerca como figura a la celebración de la Misa. Sí, porque este ofrecimiento ritual de pan y vino dice más que otras figuras de la Eucaristía como el cordero pascual, el pan ázimo, la sangre en las puertas de los israelitas o el maná del desierto.

Los Padres de la Iglesia han escrito profusamente sobre Melquisedec a la luz de las enseñanzas paulinas. Insigne homenaje le rinde la Iglesia al citarlo en el Canon nº 1 de la Misa: “Dígnate recibir (…) el Sacrificio que te ofreció el Sumo Sacerdote Melquisedec, santo sacrificio, inmaculada hostia”.

La grandeza del rey de Salen que canta San Pablo en su epístola es como un granito de arena ante la inmensidad de la realeza de Cristo, verdadero, eterno y único sacerdote de la Nueva Alianza que quiso asociar a su sacerdocio a los ministros ordenados de la Iglesia, para que conmemoren y renueven su sacrificio redentor transubstanciando los frutos del trigo y de la vid en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

Que San Melquisedec interceda junto al Corazón Eucarístico de Jesús por todos los sacerdotes, para que sean según el Sagrado Corazón, y gobiernen, enseñen y santifiquen con fruto a los fieles a ellos encomendados.

Por el Padre Rafael Ibarguren, Heraldo del Evangelio

Consiliario de Honor de la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia

Fuente: Gaudium Press
Se autoriza su publicación citando la fuente.

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