¿Por
qué razón se asocia el sacerdocio de Jesucristo al de Melquisedec? y ¿por qué
la oblación de este último se compara al sacrificio eucarístico?
Lo que un niño no aprende en su catecismo de primera Comunión porque no compete, un adulto es motivado a indagar para fortalecer su fe y enriquecer su cultura religiosa. Así, un amigo levanta estas interesantes cuestiones: ¿Por qué razón se asocia el sacerdocio de Jesucristo al de Melquisedec? y ¿por qué la oblación de este último se compara al sacrificio eucarístico? Vamos a ello.
Leemos en el Martirologio Romano, el día 26 de agosto: “San
Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo, que saludó y bendijo a
Abrahán cuando volvía victorioso, ofreciendo al Señor un sacrificio santo, una
hostia inmaculada. Como figura típica de Cristo, ha sido interpretado rey de la
paz y de la justicia y sacerdote eterno, aun falto de genealogía”.
Se trata de uno de los personajes más misteriosos de la
Biblia y su sacrificio es la primera figura de la Eucaristía que aparece en el
Antiguo Testamento. Para situarlo en su contexto, veamos el trecho del Génesis
donde es citado:
“Cuando Abrahán volvía de derrotar a Quedarlaomer y a los
reyes aliados, salió a su encuentro el rey de Sodoma en el valle de Save, o sea
´el valle del Rey´. Entonces Melquisedec, rey de Salén, sacerdote del Dios
altísimo, sacó pan y vino, y le bendijo diciendo: ´Bendito sea Abrahán por el
Dios altísimo, creador de cielo y tierra; bendito sea el Dios altísimo, que te
ha entregado tus enemigos´. Y Abrahán le dio el diezmo de todo…” (Gén 14,
17-20).
Ocurrió que cinco reyezuelos de los parajes de Canaán habían
saqueado las ciudades de Sodoma y Gomorra llevándose como prisionero a Lot,
sobrino de Abrahán. Un fugitivo le llevó la noticia, lo que transformó
súbitamente al Patriarca en hombre de guerra que derrotó a esa coalición de
reyes, les arrebató el botín y rescató a su pariente, Lot. Entre paréntesis,
este es un aspecto poco considerado de nuestro padre en la fe que completa
admirablemente su perfil: Abrahán fue un combatiente.
Pues bien, entre los que salen a felicitar al vencedor está
Melquisedec, que lo bendice y le ofrece pan y vino. Después de este episodio
nuestro personaje se esfuma de las páginas del Libro sagrado, para volver a
figurar, después de una referencia en el Salmo 109, en la Carta de San Pablo a
los hebreos.
En efecto, la exégesis cristiana referente a Melquisedec
comienza en dicha Carta; es una explanación que toma varios versículos – a
seguir citamos solo algunos – donde todo interesa; ningún interprete mejor que
el Apóstol para develar el halo misterioso que envuelve esta figura.
“Este Melquisedec (…) Su nombre significa, en primer lugar,
Rey de Justicia, y, después, Rey de Salén, es decir, Rey de Paz. Sin padre, sin
madre, sin genealogía; no se menciona el principio de sus días ni el fin de su
vida. En virtud de esta semejanza con el Hijo de Dios, es sacerdote perpetuamente.
Considerad cuán grande es este a quien el mismo patriarca Abrahán le dio el
diezmo del botín. Pues a los hijos de Leví, que reciben el sacerdocio, la ley
les manda cobrar un diezmo al pueblo, es decir, a sus hermanos, a pesar de que
todos descienden de Abrahán. En cambio, Melquisedec, que no tenía ascendencia
común con ellos, percibe el diezmo de Abrahán y bendice al titular de la
promesa. Está fuera de discusión que el mayor bendice al menor (…).
“Si la perfección se alcanzara mediante el sacerdocio levítico
— pues el pueblo había recibido una ley respecto al mismo –, ¿qué falta hacía
que surgiese otro sacerdote en la línea de Melquisedec y no en la línea de
Aarón? Cambiar el sacerdocio implica forzosamente cambiar la ley; y aquel de
quien habla el texto pertenece a una tribu diferente, de la cual nadie ha
oficiado en el altar.
Nuestro Señor procede de Judá, una tribu de la que nunca
habló Moisés tratando del sacerdocio. Y esto resulta mucho más evidente si
surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que no ha llegado a serlo en
virtud de una legislación carnal, sino de una vida inmortal; pues está
atestiguado: “Tú eres sacerdote para siempre, según el rito de Melquisedec”
(Heb 7, 1-17).
Los hebreos del tiempo de San Pablo tenían todas las
premisas histórico-religiosas para comprender sus enseñanzas. Él les explica la
supremacía del sacerdocio de Cristo sobre el de Aron, dado el valor sacrificial
de su humillación y muerte redentora. Pero ¿por qué el sacerdocio de Cristo
sería “según el rito de Melquisedec”? No precisamente por la ofrenda de pan y
vino (de lo cual San Pablo hace caso omiso) sino por la eternidad del
sacerdocio de Jesús del que Melquisedec era figura por carecer de genealogía.
Otra cosa a ser señalada y que sorprende, es que Abrahán, con toda la
trascendencia que tiene en la cosmovisión judeocristiana, se ponga en un rol
inferior al de Melquisedec, entregándole el diezmo y recibiendo de él la
bendición.
La ofrenda de Melquisedec fue incruenta, lo que la acerca
como figura a la celebración de la Misa. Sí, porque este ofrecimiento ritual de
pan y vino dice más que otras figuras de la Eucaristía como el cordero pascual,
el pan ázimo, la sangre en las puertas de los israelitas o el maná del
desierto.
Los Padres de la Iglesia han escrito profusamente sobre
Melquisedec a la luz de las enseñanzas paulinas. Insigne homenaje le rinde la
Iglesia al citarlo en el Canon nº 1 de la Misa: “Dígnate recibir (…) el
Sacrificio que te ofreció el Sumo Sacerdote Melquisedec, santo sacrificio,
inmaculada hostia”.
La grandeza del rey de Salen que canta San Pablo en su
epístola es como un granito de arena ante la inmensidad de la realeza de
Cristo, verdadero, eterno y único sacerdote de la Nueva Alianza que quiso
asociar a su sacerdocio a los ministros ordenados de la Iglesia, para que
conmemoren y renueven su sacrificio redentor transubstanciando los frutos del
trigo y de la vid en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Que San Melquisedec interceda junto al Corazón Eucarístico
de Jesús por todos los sacerdotes, para que sean según el Sagrado Corazón, y
gobiernen, enseñen y santifiquen con fruto a los fieles a ellos encomendados.
Por
el Padre Rafael Ibarguren, Heraldo del Evangelio
Consiliario de Honor de
la Federación Mundial de las Obras Eucarísticas de la Iglesia
Fuente: Gaudium Press
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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