La
inminente Consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María nos
sugiere consideraciones sobre la Iglesia y Benedicto XVI.
Tras las numerosas peticiones del pueblo católico y las recientes súplicas de los obispos de rito latino de Ucrania, causó sorpresa el anuncio hecho el día 15, por la Santa Sede, sobre la consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María, a realizarse el día 25 de este mes.
El alcance del cumplimiento de un pedido hecho hace más de
cien años por la Virgen de Fátima es tal que nos resulta difícil trazar unas
líneas al respecto, osando imaginar las razones profundas que llevaron a la
Santa Sede a tomar tal actitud ahora.
A
contrario sensu, parece arquitectónico no basar esta posición
en el actual conflicto ruso-ucraniano, simple punta del iceberg formado en el
convulso océano en el que vivimos, donde el único faro capaz de señalar el
norte es la Iglesia.
Por tanto, las causas más profundas de los acontecimientos
se fundan en la Iglesia, ya que ella es la única capaz de iluminarlos; y entre
sus miembros, por supuesto, en la figura del Papa, titular del cargo de vicario
de Cristo.
En efecto, ha habido muchas guerras desde que la Virgen de
Fátima pidió que se consagrara Rusia a su Inmaculado Corazón: nada menos que
dos a nivel mundial… Eso prueba, por tanto, que no es la guerra el estopín del
anhelo de consagrar Rusia, sino otra cosa muy distinta: ¿no será esta guerra el
comienzo de los acontecimientos vaticinados por Fátima? ¿Y no será ésta la
razón por la que se reviven los remordimientos y el deseo de alejar de la
Iglesia las persecuciones, los martirios y los sufrimientos del Santo Padre que
se exige ahora tal consagración?
En este panorama nebuloso, y a pesar de que la Misa será
presidida por Francisco, en la que Rusia y Ucrania serán consagradas al
Inmaculado Corazón, la figura de Benedicto XVI vuelve a emerger, y por dos
motivos:
Primero: Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, Ratzinger tenía acceso a las profecías y a los archivos secretos del
Vaticano; más que nadie, es un testigo del pasado y un conocedor del futuro.
Segundo: Aunque con un flujo de vida notable, tratándose de
su venerable edad, se acerca a los 95 años. ¿Habría aún mucho tiempo para
atender a la petición de Nuestra Señora, midiendo y calculando muy bien todas
las consecuencias de tal acto?
En esta línea, recuerde el lector, fiel católico, lo que
afirmó Benedicto XVI sobre el mensaje de Fátima, cuando visitó su santuario en
mayo de 2010: “Cualquiera que piense que la misión profética de Fátima ha
terminado, se equivoca”. [1]
Tan consciente de su misión como pastor, guía y pontífice,
Benedicto XVI pasará a la historia como un hombre de un quilate
teológico-doctrinal inigualable; por ser un hombre de acción, cuya obra es
difícilmente medible; por seguir siendo alguien que hace mucho por la Iglesia.
¿Pero no será que, por fuerza de los acontecimientos, la Historia lo consignará
como siendo un hombre que, habiendo hecho tanto por la Iglesia, mucho dejó de
hacer por ella?
Cuando las promesas de Fátima fueren realmente desveladas y
dadas a conocer en su totalidad, ciertamente nos sorprenderemos al ver que se
cumplieron en la persona de ese hombre llamado a ser el cooperador de la verdad.
Entre Fátima y el porvenir, Benedicto XVI es el centro: el
eslabón entre el pedido y la realización.
Oremos, pues, por el cumplimiento de este deseo suyo, que
es, más bien, el de Nuestra Señora; pero estemos también atentos al porvenir,
pues recelamos que solamente venga a ser satisfecho ese anhelo marial en el
momento en que las primeras naciones ya comienzan a ser aniquiladas.
[1] BENEDICTO XVI. Homilía en el Santuario de Fátima. 13 de
mayo de 2010. En: Insegnamenti. Vaticano: LEV, 2010, v. 6.
Fuente: Agencia Gaudium Press
Se autoriza su publicación citando la fuente.
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