Debemos encarar la muerte con serenidad, con grandeza, inclusive en lo que ella tiene de aflictivo y de tremendo.
El día de los fieles difuntos [se conmemora el 2 de noviembre] representa para nosotros mucho
e, incluso, muchísimo. Porque es por excelencia el día en el cual rezamos por
todos los fieles y todas las almas que por ventura están en el Purgatorio.
Pero es también el día en que la Iglesia –con aquel tacto que les propio y que tiene cualquier cosa de absolutamente inconfundible‒ nos recuerda la realidad de la muerte.