Estamos
juntos, pero solos. Cada uno, sumergido en su pantalla.
Hemos dejado de mirar a nuestros más cercanos. Vivimos horas y horas frente a las pantallas. La información digital, presente todos los días, las 24 horas, no admite descanso. Hay una presión psicológica para estar chequeando constantemente los mensajes, un miedo de estar incomunicado. Silenciosamente las redes se infiltran en nuestros cuerpos.