[…] III – Nosotros también somos viña del Señor
Los comentarios sobre el Evangelio de este domingo quedarían incompletos si limitásemos su aplicación a aquellos que planificaron la muerte de Cristo, o a la humanidad en su conjunto. En la parábola de los viñateros homicidas podemos encontrar una lección para cada uno de nosotros, pues las palabras de Nuestro Señor resuenan para los hombres de todas las épocas históricas. En efecto, la viña a la que se refiere la Liturgia puede ser considerada el alma de todo católico, a quien Dios ama con predilección, al punto de dirigirle la pregunta: “¿Qué podría haber hecho yo por mi viña y no hizo?”
Los dotes que recibimos, desde el ser, la inteligencia, la voluntad, la sensibilidad, la vocación específica, todo nos es entregado por el Señor de la viña. Entre estos favores, ninguno es digno de mayor aprecio que la vida divina, como enseña San Rábano Mauro: “En un sentido moral, a cada uno se le entrega su viña para que la cultive, al serle administrado el Sacramento del Bautismo, a fin de que trabaje por medio de él. Un siervo, otro y un tercero le son enviados cuando la Ley, el Salmo y la profecía hablan, y en virtud de cuyas enseñanzas se debe obrar bien. Pero el enviado es asesinado y echado fuera, se desprecia su prédica o, lo que es peor se blasfema contra él. Mata el heredero que trae en sí todo aquel que ultraja el Hijo de Dios y ofende el Espíritu de su gracia. Una vez perdido el mal cultivador, la viña es entregada a otro, como sucede con el don de la gracia, que el soberbio menosprecia y el humilde recoge”. [8]
Dios vela siempre por nosotros y, a lo largo de los años,
nos trata con mucho más cariño, vigilancia y amor que cualquier viñatero en lo
que se refiere a su plantación. Él va preparando las circunstancias,
atendiendo, colocando protecciones para que los obstáculos no nos hagan caer. ¿A
cambio, qué espera de nosotros? Que seamos una viña que dé el fruto excelente
de las obras de perfección, del cual salga después el buen vino de la santidad.
Por eso vendrá a cobrar los frutos. Nos cabe trabajar para producirlos,
conscientes que todo cuanto poseemos tiene su origen en Él. Incluso la fuerza para
practicar la virtud nos es alentada por Dios, con el don que nos permite
adquirir méritos en función de nuestra salvación eterna.
Un oportuno examen
de conciencia
Monseñor Joao S. Clá Dias, EP |
¡Cuánto tema para un
examen de conciencia! ¿Cómo me encuentro ahora? ¿Frente a estas palabras, cuál
es mi reacción? ¿Lo estoy evitando, desvío mi atención o me enfrento a la
obligación de ser responsable de esa viña que soy? Si la conciencia me acusa,
debo recordarme de la enseñanza de San Pablo, en la segunda lectura: “No se
inquieten con nada, sino presenten sus necesidades a Dios, en oraciones y súplicas,
acompañadas de acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará sus corazones y pensamiento en Cristo Jesús” (Fi 4, 6-7).
Gracias a la maternal
intercesión de María Santísima todo tiene solución, desde que yo reconozca que
procedí mal y necesito cambiar de vida. Pidamos a Ella misericordia y fuerzas
para enmendar y adherir con entusiasmo a la voluntad del Dueño de la viña.
[8] SÃO RÁBANO
MAURO. Commentarionim in Matthæum. L.VI, c.21: ML 107, 1053.
*Es fundador de los Heraldos del Evangelio
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